LA ISLA DEL ECO ETERNO

La Isla del Eco Eterno

La Isla del Eco Eterno

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En medio de un vasto océano, donde el agua se fundía con el cielo, existía una pequeña isla que no aparecía en ningún mapa. Su nombre era desconocido, pero quienes llegaban allí la llamaban La Isla del Eco Eterno. Era un lugar extraño, rodeado de un perpetuo manto de niebla, donde cada sonido quedaba atrapado, repitiéndose una y otra vez.

Un día, Elena, una joven navegante en busca de aventuras, fue arrastrada por una tormenta hasta sus costas. Despertó al amanecer, con la arena cálida bajo su cuerpo y el murmullo del mar resonando en el aire, como si cientos de voces lo repitieran al unísono. Confundida, se levantó y comenzó a explorar.

La isla estaba cubierta de una densa vegetación, pero lo más peculiar era su sonido. Cada paso de Elena, cada susurro del viento, cada canto de un pájaro, se repetía como un eco infinito. A medida que avanzaba, el eco parecía adquirir una vida propia, hablando en tonos que no había escuchado antes.

"¿Quién está ahí?" preguntó, su voz resonando una y otra vez.

"¿Quién está ahí? ¿Quién está ahí?" repitió el eco, pero esta vez, en un tono que no era el suyo.

Elena se detuvo, sintiendo un escalofrío recorrer su espalda. Pronto, descubrió que los ecos no eran simples reflejos del sonido. Eran los recuerdos de quienes habían llegado antes que ella. Voces de marineros, de exploradores, de almas perdidas. La isla había guardado sus palabras, sus risas, sus llantos. Estaban atrapados allí, como si el lugar se alimentara de sus historias.

Siguió un sendero que la llevó al centro de la isla, donde encontró un extraño árbol con raíces negras y hojas cristalinas que emitían un suave tintineo. Una voz surgió de entre los ecos, clara y distinta: "Para liberar las voces, debes dejar la tuya".

Elena entendió. Si quería salir de la isla, debía contar su propia historia, ofrecer su voz a cambio de las otras. Se sentó bajo el árbol y comenzó a hablar, relatando su vida, sus sueños, sus miedos. Al terminar, el árbol pareció absorber sus palabras. El eco de su voz quedó atrapado en el aire, y las otras voces, liberadas, desaparecieron.

Cuando la niebla se disipó, Elena se encontró en alta mar, bajo un cielo despejado. Nunca habló de lo que sucedió en la isla, pero a veces, en noches silenciosas, creía escuchar su propia voz llamándola desde lejos.

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